miércoles, mayo 30, 2007

El sentimiento de la escultura


Tenía quince años cuando tuve la suerte de visitar Italia. Roma fue nuestra primera parada en una de esos viajes de "nueve días ocho noches" semiorganizados que acabas odiando (aunque sigas pagando por ellos!). Fue entonces cuando pude observar el Éxtasis de Santa Teresa, y... guau! Iluminada de verdad: "el arte no es otra cosa que vida"... Aluciné. Recuerdo que no paraba de darle a un botón para que una luz marchita la iluminase una y otra vez (es curioso como la "luz divina" iluminaba la escena...).


Para ser sincera no me acuerdo del lugar exacto, ni tan siquiera de si era el original o una réplica; pero de lo que estoy segura es de que aquello me impresionó. Y fue entonces cuando decidí que quería dedicarme a la restauración. Esa idea rondaba desde hacía ya un tiempo en mi cabeza, pero creo que nunca lo he visto tan claro como en ese momento, fue incluso como una revelación. Dudaba mucho de mi capacidad creadora, pero estaba segurísima de querer tocar esa obra, en busca de alguna huella olvidada de las herramientas de Bernini. Sí, estoy totalmente de acuerdo, es una idea muy fetichista la que me llevó a formarme en un campo que ha pecado y quiere desligarse del fetichismo, pero... ai! El anhelo de querer apropiarse del arte para entenderlo (o precisamente porque lo has entendido) fue mayor en ese momento. Es como cuando lees un libro que para tí pone palabras a cosas a las que tu aun no podías ponérselas, y se convierte durante un tiempo en algo muy personal.


Para cuando visitamos Florencia, al cabo de dos o tres días, ya iba preparada para los Ufficci con energías suficientes, pero no puedo describir nada relevante o revelador de mi visita. La sorpresa llegó cuando fuimos a ver al David de Miguel Ángel que, en una visita anterior de hacía solo unos meses, había visto cubierto de telas y desde un ventanal alto. Mi madre, hermana y yo no pudimos más que admirar esos volúmenes, y una vez sentadas en el banco de la parte de atrás, mi madre, sin apartar la vista, no pudo reprimirse y dijo: "Jamás habría imaginado un culo tan perfecto".


Luego vinieron Venecia, sus góndolas y sus prisas de regalos de última hora; el avión y el regreso a la humedad de Barcelona en Agosto y a sus calles vacías. Y el recuerdo de haberme apoderado por un segundo de algo vivo.

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