jueves, mayo 06, 2010



Un punto muy interesante de la película "El festín de Babette" es la reflexión que hace, bajo mi punto de vista, sobre la capacidad innata de las personas para apreciar cualquier tipo de manifestación artística. Más allá de un cuadro o de una escultura, consideradas artes mayores, cualquier acción producida con la intención de de extraer una simbología de un acto aparentemente cotidiano puede ser considerado una creación artística. Tal es el caso de esta película, donde la excusa es un festín organizado por Babette.
El hecho de convertir algo tan rutinario como es una comida en algo especial mediante ciertos recursos como los ingredientes o la disposición de la mesa (lo que puede ser paralelo a la técnica en un procedimiento plástico), hace que despierte algo en el interior de unas personas que no parten ni siquiera de una posición de neutralidad, sino del completo rechazo a esta clase de sensaciones. Es así como la película me ha hecho pensar que más allá de la instrucción o la enseñanza del arte para poder apreciarlo y entenderlo, hay algo inherente al ser humano: la capacidad de provocar y sentir emociones a partir de los símbolos que pone de manifiesto en sus actividades, es decir, la capacidad de sentir y crear el arte. Cualquier circunstancia es susceptible de ser la base de una creación artística.

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